miércoles, 28 de marzo de 2012

Carta de Lectores, 31 de enero de 2007.


Ya no soy libre de pasear por mi ciudad y lo que me impide hacerlo es mi auto, que con mucho esfuerzo mantengo y uso para trabajar y que, aunque no es un 0 kilómetro ni un último modelo, me obliga a pagar una nueva cuota. Cuando salimos con mis amigas a dar una vuelta por la ciudad y decidimos “estacionar” en alguna calle céntrica o de la costanera, siempre hay algún individuo que sale de no sé dónde y se acerca exigiendo “2 pesos” y hasta “5 pesitos” (sumas que abono en lugares debidamente habilitados) para dejar mi auto en la calle, territorio que ellos han adquirido para realizar su negocio de cuida-coches y que, abonándoles la suma requerida, no garantiza que el vehículo esté en las mismas condiciones al llegar que al irme, o lo que es muy frecuente, que los profesionales cuida-coches ya no se encuentren en “su lugar de trabajo” a mi regreso. Me da miedo arriesgarme a no pagar la “cuota obligatoria de estacionamiento” (que no es el medido por la Municipalidad) exigida por estas personas que se adueñan de la calle con total impunidad y sin ningún tipo de control, algunos “ejerciendo” alcoholizados y hasta drogados. ¿No hay nada que les impida seguir recaudando descaradamente a costa nuestra, nada que detenga a estos individuos que se abusan de la gente como quieren? (...) Siento que me meten la mano en el bolsillo y tengo miedo de que dañen algo de mi propiedad o a mí misma si no pago lo que me piden. Tengo 27 años y un futuro por delante, y estoy cansada de vivir en un país donde solo la pasan bien los que roban y estafan, mientras que los que trabajamos duro para ganarnos el pan y pagar nuestros impuestos nos veamos siempre obligados a retroceder o resignarnos ante estas injusticias (...).
Extraído del libro Hay un niño en la calle, de Marcos A. Urcola

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