miércoles, 25 de abril de 2012

Chicos en Banda. Los caminos de la subjetividad en el declive de las instituciones. Silvia Duschatzky y Cristina Corea.

Para una mirada instituida según los hábitos estatales, los chicos sin instituciones están en banda, a la deriva. Y sin familia portadora de ley, sin escuelas productoras de ciudadanía y sin Estado protector, se preguntan ¿cómo se puede ser un chico?
La exclusión social se define por fuera del orden social, se pone el acento en un estado. La exclusión nos habla de un estado en el que se encuentra el sujeto.
En cambio la idea de expulsión social se refiere a la relación entre ese estado de exclusión y lo que lo hizo posible. Mientras que el excluido es meramente un producto un dato, un resultado de la imposibilidad de integración, el expulsado es resultado de una operación social, una producción, tiene carácter móvil.
La expulsión social, entonces,  mas que denominar un estado cristalizado por fuera, nombra un modo de constitución social. el nuevo orden mundial necesita de los integrados y de los expulsados. Estos ya no serian una disfunción de la globalización, una falta, sino un modo constitutivo de lo social.
La expulsión social provoca un desexistente, un “desaparecido” de los escenarios públicos y de intercambio
Retoman además la noción de Agamben “nuda vida” para conceptualizar a aquellos sujetos  que han perdido visibilidad, nombre, palabra y que transitan por una sociedad que parece no esperar nada de ellos. Cuando un sujeto deja de realizar en sus inscripciones múltiples, trabajador, mujer, hombre, hijo, padre, artista, estudiante, etcétera, se aproxima a la nuda vida.
Son conocidos los descriptores de la expulsión social: desempleo, estrategias de supervivencia que rozan con la ilegalidad, violencia, deserción del sistema educativo, desprotección, disolución de vínculos familiares, consumo de drogas.
Se preguntan por las subjetividades que emergen en relación con un  Estado que se ha ausentado  en su función – como la de un buen padre de familia dice la ley - normatizadora, de regulación, contención y amparo  y  su sustitución por el mercado. Ya no se trata de ciudadanos sino de consumidores.
El mercado se dirige a un sujeto que solo tiene derechos de consumidor, y no los derechos y obligaciones conferidos al ciudadano. El consumo, entonces no requiere la ley ni los otros, dado que es en relación con el objeto y no  con el sujeto donde se asienta la ilusión de satisfacción. El consumo no es un bien repartido-equitativamente; no obstante; lo que importa es que el mercado instituye, para consumidores y no consumidores.
En otro párrafo , señala que para estar integrado dependo de mi capacidad de gestionarme dado que es aquí, en la gestión del si mismo y no en el lazo donde se fila la ilusión de posibilidad. Esta idea aparece en Durkeim en la “División  del Trabajo social”, retomando a Darwin (lucha por la vida), cuando indica que en la división del trabajo social no hay que  eliminarnos unos a otros sino especificarnos para poder vivir. 
El otro como espejo, como límite, como lugar de deseo, se opaca. Nuestra época está inundada de mandatos -de goce- en los que el otro es prescindible. Para la satisfacción - del deseo- de consumo necesito del objeto y no del sujeto, para trabajar necesito que el azar recaiga en mi y no sobre el otro, porque no hay lugar para dos, para estar feliz no es al otro al que necesito, sino de  un objeto protésico, - como la  droga, las siliconas o el último modelo de algo.
Luego Duschatzky y Corea, exponen que en el marco de estas condiciones emergentes la “legitimidad” social, encontramos que la violencia es la marca que permea la vida de los que habitan la periferia de la ciudad.
Aquí nos encontramos con lo  que caracteriza a la posmodernidad, lo cual lo señala Jean- François Lyotard:  el agotamiento y la desaparición de los grandes relatos de legitimación, especialmente el relato religioso y el relato político. Se asiste incluso a la disolución de las fuerzas sobre las que se apoyaba la modernidad clásica. Que no dejan de tener relación con lo que conocemos bajo el nombre de neoliberalismo, ilustran la mutación actual en la modernidad: lo posmoderno es a la cultura lo que el neoliberalismo es a la economía.
Por lo tanto hay una  "pérdida de referentes entre los jóvenes"  una nueva condición subjetiva cuyas claves nadie posee, tampoco los responsables de su educación.
Y resulta ilusorio creer que algunas lecciones de moral a la antigua puedan bastar para atajar los daños.
Esto ya no funciona porque la moral hay que impartirla "en nombre de". Pero, precisamente, ya no se sabe en nombre de quién o de qué. La ausencia de un enunciante colectivo creíble está caracterizando la situación del sujeto posmoderno, que debe a hacerse a sí mismo sin contar con los recursos para ello, y sin ningún antecedente histórico o generacional con legitimidad para remitirse a él. Ya que no hay sujeto desde los orígenes debe haber Otro que es condición y posibilidad de subjetivación. 

Como indica Duschatzky y Corea, el Estado- nación, mediante sus instituciones principales, la familia y la escuela, ha dejado de ser el dispositivo de la “moralidad” del sujeto. Todo parece indicar que  la violencia con el otro, la violencia a modo de descarga o pulsión descontrolada es el índice de la incapacidad del dispositivo para instituir una subjetividad regulada por la ley simbólica.
Parece que todos por lo tanto  las anteriores figuras del Otro de la modernidad, son ciertamente posibles y están disponibles, pero ya ninguno de ellos tiene el prestigio necesario para imponerse. Todos se han visto afectados por los mismos síntomas de decadencia. La decadencia de la figura del Padre en la modernidad occidental.
Por ello, el análisis del devenir decadente del Otro en el período posmoderno debe incluir los tiempos neoliberales que vivimos, definidos por la "libertad" económica máxima acordada a los individuos. Lo que se llama el "mercado" no vale en absoluto como nuevo "Otro", este pretende  hacerse cargo del conjunto del vínculo personal y el vínculo social
Como afirma Galende, las grandes instituciones que en la modernidad iluminista mediatizaron la realización de la razón histórica como progreso se han visto crecientemente desinvestidas por los individuos en su función de agrupar, unificar y ordenar los proyectos del conjunto. Aun cuando persisten sus funciones burocráticas, cada vez mas los individuos están en ellas para su realización personal ya no para el progreso o la defensa de lo colectivo. Además este autor agrega que el empobrecimiento de la vivencia de un tiempo histórico, dando lugar en grandes grupos humanos a la presencia de una experiencia del tiempo como vacío, homogéneo, en el cual se borra el sentido del porvenir y se incrementa el puro estar en repetición. Repetición que expresa la perdida de la experiencia de lo colectivo, el empobrecimiento del deseo, el crecimiento de la autodestructividad y también de la agresividad especular con  el semejante.
Esta la violencia  se traduce como  la falla de lo simbólico que intenta ser una respuesta de urgencia a estas situaciones de emergencia. Podría plantearse que la violencia emerge como una modalidad de socialización, como un estar “con” los otros o buscar a los otros, una forma incluso de vivir la temporalidad. Vale también recordar lo que plantea Winnicott12 (1998) en relación a la esperanza que hay en juego en una conducta antisocial.
Los adolescentes expresan y actúan una violencia a la manera de un espejo deformante de la degradación global de los vínculos humanos, degradación que   remite al procesamiento de lo simbólico y a las fallas de su  transmisión. La destrucción de los  lazos simbólicos que entraman las relaciones humanas está en el centro de la violencia contemporánea que nos sacude y la desligazón pulsional está en el centro del despliegue de una violencia que se desencadena en la realidad cada día de manera más impactante.




Extraído de textosdepsicologia.blogspot.com.ar

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